La obra de Monod (ver entrada anterior) ahonda en una de las principales -no la única- implicaciones filosóficas del darwinismo: ¿estamos aquí por azar, o nuestra existencia responde a un propósito? La cuestión es antigua, y ha recibido varios nombres y matices: ¿Orden, o caos?, ¿contingentismo, o determinismo?, ¿azar o finalismo?
Las concepciones tradicionalmente dominantes han sido finalistas o teleologistas: todo ocurre conforme a una finalidad, propósito o plan; el aparente (y, por tanto, indudable) orden de la naturaleza no podía proceder de un desorden originario. Aristóteles fue el padre de este enfoque: en esencia, las piedras tienden a buscar su lugar natural, y por eso caen, o los ojos surgen para ver. Por ello, las cosas son porque alguien ha querido que fueran así o porque algo en ellas las obligaba a desarrollarse de esa forma; en cualquier caso, son como son porque tenían que ser así.
Pero ya el viejo Demócrito afirmó hace veinticinco siglos que "todo es fruto del azar y de la necesidad", lo que aunaba extrañamente dos conceptos en apariencia antagónicos. Las cosas están más o menos ordenadas, sí (las gatas tienen siempre gatitos, o la lluvia siempre ocurre cuando hay nubes), pero ese orden puede ser fruto de un desorden o azar inicial.
Monod hace un moderno planteamiento de esta posición a través del concepto teleonomía. Frente a la teleología, que implica un propósito o intención tras los procesos naturales, la teleonomía supone una apariencia de finalismo en los procesos biológicos que no responde a ningún propósito previo. La naturaleza crea un orden ciego (mirad las complejas figuras fractales en un brócoli, o en un natilus, como en las fotos). Las variaciones genéticas individuales -aunque explicables- son a grandes rasgos aleatorias o azarosas y contingentes (se dan, pero podrían no darse, o darse de otra forma). Pero, una vez producidas, la naturaleza es un juez estricto que decide de forma perfectamente predecible si triunfarán o no, conforme a estrictas leyes naturales. Las mutaciones introducen el azar; la selección natural da orden al proceso.
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