Hoy ha ocurrido algo (voy a ser suave) inquietante al tiempo que esclarecedor. No es en principio este blog lugar para comentarlo, pero convengamos, como percha, en que la reflexión sobre la ciudadanía democrática, sus implicaciones y sus límites, es tema que nos debe interesar a todos y en particular al alumnado de nuestras materias.
Un fantasma está recorriendo todas las cancillerías europeas, un fantasma que ha sacudido los mercados, ha derrumbado esperanzas y capitales, y ha causado un pavor generalizado. Es el fantasma de la democracia, ese procedimiento -me cuentan- por el que los ciudadanos deciden sobre asuntos importantes que les conciernen.
Resulta que al primer ministro griego, señor Yorgos Papandreu, se le ha ocurrido nada menos que convocar un referéndum para que los griegos voten sobre el segundo plan de rescate diseñado por la Unión Europea, que a cambio de importantes ayudas económicas exige duras medidas de austeridad.
La repulsa ha sido unánime: temerario, irresponsable o desagradecido es de los más cariñoso que ha oído hoy Papandreu de cualquier responsable político europeo, de clarividentes economistas o de informados politólogos. La impresión general es que, o rectifica, o le quedan dos telediarios.
¡Consultar al pueblo! ¡Como si él tuviera que decidir sobre su destino! ¡Y si sale lo que no nos conviene! Por si alguno no tenía claro que siempre hay otros dispuestos a decidir por nosotros, ahora ya resulta indudable. Recuerdo cuando me alarmó en 1991 el unánime apoyo occidental a la suspensión de las elecciones en Argelia, por miedo a que ganara el partido equivocado. Fue el precedente y la justificación para otros atropellos posteriores al concepto y el valor mismos de la democracia, y el inicio de una larga inestabilidad (o sea, de muchas muertes) en la región.
¿Llegaremos a ver a gente encerrada desdeñosamente en frenopáticos por gritar cosas como que quieren derechos o que su voz se oiga? Señor, Señor.
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