En la película Lugares comunes, de Adolfo Aristaráin, un viejo profesor al que jubilan a su pesar (el siempre soberbio Federico Luppi) se dirige a sus alumnos, futuros profesores, en su última clase. Les dice qué importa enseñar y qué es precindible, a lo que deben aspirar y lo que deben evitar.
Hay varias ideas cruciales en estos impagables dos minutos: toda verdad es relativa, no hay que adoctrinar, la lucidez es a menudo dolorosa... Todo el discurso es un compendio de cuanto puede decirse de la filosofía y de sus aspiraciones, de la irrenunciable necesidad de encontrar un pensamiento propio y del precio que a veces hay que pagar -como lo ha pagado el protagonista- por alcanzarlo.
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